domingo, 25 de marzo de 2018

La Segunda División está que arde

El tostón que supone el fútbol de selecciones fuera de los grandes campeonatos nos impide consolarnos con la propina de amistosos que nos ofrecen a cambio de arrebatarnos la liga y la Copa de Europa. Así, tenemos que mirar a Segunda División para encontrar algo de emoción. ¡Y vaya si la encontramos!

A escasos minutos de que comience el Granada - Numancia, puedo hablar un poco del conjunto nazarí, que es el único al que sigo. Una defensa irregular, que pese a la veteranía de gente como Chico Flores comete errores de juvenil, una delantera en la que se combinan viejunos con calidad (Ramos) con la exuberancia y precipitación de cuasi noveles como Machís, y un medio del campo correcto pero sin especial talento, hacen un conjunto que parece tener más nivel del que demuestra. Por esto (y por una racha de malos resultados), Oltra ha recibido la patada a pesar de ser quintos en la tabla, y el nuevo Granada es una incógnita.

Pregunto a los sabios del blog. ¿Quiénes creéis que subirán? ¿Se ha desinflado el Huesca con la lesión de su delantero? ¿Conseguirá el Rayo aguantar la primera plaza? ¿Qué pasa con el Cádiz? ¿El Zaragoza, en espectacular dinámica, tiene conjunto para subir? ¿Osasuna os cae tan mal como a mí? ¿Tienen auténticas opciones ambos equipos asturianos?

Hagan juego, señores, hagan juego. 

sábado, 10 de marzo de 2018

La Segunda República (II)

En la anterior entrega habíamos dejado al gobierno provisional tomando medidas reformistas desde el ejecutivo, pero ¿y el legislativo? En realidad, ni ese gobierno había pasado directamente por las urnas (la República se había proclamado tras unas elecciones municipales, como dijimos) ni existía una Constitución. De modo que, mientras los "provisionales" continuaban ejecutando medidas, se realizaron elecciones a Cortes constituyentes el 28 de junio de 1931, las cuales dieron un triunfo rotundo a la izquierda y, sobre todo, a la conjunción republicano-socialista (PSOE 117 escaños; radicales 94; radical-socialistas 58; ERC 26; ORGA de Casares Quiroga 21; la izquierda obtuvo 400 de los 470 escaños de las Cortes), de manera que el gobierno provisional quedó legitimado por las urnas.

El 29 de agosto, Luis Jiménez de Asúa (PSOE) presentó la primera redacción de la Constitución y se inició su discusión artículo por artículo. Se decidió que España "era una república democrática de trabajadores de toda clase" y, no sin enconados debates, "un estado integral compatible con la autonomía de los municipios y de las regiones". Los mayores escollos aparecieron en los artículos 26-27 y en el artículo 44. Los dos primeros en principio implicaban la disolución de las órdenes religiosas, y suscitaron una grave crisis que llevó a la dimisión de Alcalá Zamora y de Maura. Al final llegó a un acuerdo (gracias al poder de convicción de Don Manuel Azaña) para que la disolución solo afectase a la Compañía de Jesús, que, efectivamente, fue disuelta el 24 de enero de 1932 y sus bienes nacionalizados. Pero el artículo 26 también preveía que en el plazo de dos años el Estado debería deja de financiar a la Iglesia. José María Gil Robles, de quien hablaremos mucho a la largo de esta serie, pidió ya en aquellos momentos una revisión completa de la Constitución. Respecto al artículo 44, hubo asimismo grandísimas disensiones entre los constituyentes, pues los socialistas habían redactado el borrador en el que se contemplaba la posibilidad de expropiar propiedades privadas si así convenía al interés nacional. En el fondo, lo que estaba en discusión era la reforma agraria y la expropiación forzosa de las tierras incultas. Finalmente se llegó a un acuerdo más o menos favorable para los redactores del artículo.

Por fin, la Constitución fue aprobada el 9 de diciembre de 1931. Sin referéndum, por cierto. Se trataba de una carta democrática que consagraba la supremacía del poder legislativo y amparaba un sistema de economía mixta. Su contenido era fácilmente asumible por la mayoría de los partidos, pero no por los de obediencia católica, que veían en su laicismo un obstáculo insalvable. El 15 de diciembre se sustituyó al gobierno provisional por un nuevo ejecutivo que respetase con mayor proporcionalidad lo que había salido de las urnas el 28 de junio (hasta entonces el legislativo había estado redactando y discutiendo la carta magna y había dejado hacer a los "provisionales"). Niceto Alcalá Zamora fue elegido presidente de la República y Manuel Azaña fue confirmado como jefe de un nuevo gobierno con el apoyo de republicanos, socialistas y liberales, pero con el rechazo de monárquicos y católicos. El gran perdedor fue el jefe del Partido Radical, Alejandro Lerroux, que aspiraba al cargo de Azaña pero fue vetado por los socialistas, que consideraban a su partido como corrupto y acomodaticio. Desde entonces, el viejo "emperador del Paralelo" buscaría solo alianzas a su derecha.

Paralelamente a la redacción de la Constitución y la formación del nuevo gobierno de izquierdas se fue organizando la oposición. Los monárquicos alfonsinos se aglutinaron en torno a Acción Nacional (más tarde Acción Popular) en octubre del 31, aunque esta organización se dividiría en el 33 entre la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) del mentado Gil Robles y Renovación Española, donde pacían gentes como Antonio Goicoechea, Ramiro de Maeztu o José María Pemán. Por su parte, la Comunión Tradicionalista agrupaba a los monárquicos carlistas, y el fascismo, cuyas primeras manifestaciones en España fueron recogidas por dos revistas (La Gaceta literaria, de Giménez Caballero y La conquista del Estado, de Ledesma Ramos), constituyó las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) en torno a Ledesma y Onésimo Redondo. Completarían el cuadro, ya en el 33 y el 34, Calvo Sotelo con su Bloque Nacional y José Antonio Primo de Rivera, Sánchez Mazas y Ruiz de Alda con Falange española. 

Tras la proclamación de la República, los anarquistas se habían dividido entre los que preconizaban la línea sindicalista, como el caso de Ángel Pestaña o Joan Peiró, y los que constituían la FAI, como García Oliver o Buenaventura Durruti, partidarios de la lucha contra el Estado y de ejercer una irresistible presión huelguística sobre los gobiernos (la "gimnasia revolucionaria") que llevase, cuanto antes, a la revolución social. En el Congreso confederal celebrado en Madrid en junio del 31, los delegados de la FAI rechazaron toda colaboración con la conjunción republicano-socialista y con la UGT y emprendieron su camino hacia la revolución desencadenando revueltas insensatas como la insurrección que llevaron a cabo en enero de 1932 en la cuenca minera  los ríos Llobregat y Cardener (Fígols, Berga, Sallent, Cardona, Súria y Manresa). Liquidada la proclamación del "comunismo libertario" en tres días por las fuerzas del ejército, el levantamiento solo sirvió para que todos los mineros en huelga fueran despedidos. 

Pero los enemigos más peligrosos de la República eran, desde luego, los militares que conspiraban por dos vías. Una incluía a los generales Ponte y Orgaz y la otra estaba encabezada nada menos que por el jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Goded. Ambas coincidían en que el general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, era el hombre indicado para encabezar un golpe de estado. La ocasión para desencadenar el golpe la facilitaron dos cuestiones sensibles: los sucesos de Castilblanco y Arnedo y la discusión en Cortes del Estatuto de Cataluña.

Castilblanco era un pueblecito de Badajoz que, en los últimos días de diciembre de 1931, estaba en huelga. Al tratar de restablecer el orden público, un guardia civil disparó su arma y mató a un lugareño. La reacción de los paisanos fue linchar a cuatro números de la Guardia Civil. La espiral de violencia se puso en marcha y la Guardia Civil extremó sus rigores represivos en distintas localidades en huelga hasta que en un pueblo de La Rioja, Arnedo, hubo once muertos y treinta heridos, en lo que pareció una represalia por los guardias civiles muertos en Extremadura. Azaña llamó a Sanjurjo, le reprochó la acción de la Benemérita, lo destituyó del cargo y lo pasó a la inspección general de carabineros. Sanjurjo, que se había negado a defender a la monarquía en abril del 31 y esperaba un trato privilegiado, se sintió vejado y abrazó la vía conspirativa que dirigía Goded.



Seguiremos más adelante en próximas entregas. La información, datos y textos están sacados de libros como The crisis of Democracy in Spain, de Nigel Townson, La guerra civil española de Anthony Beevor, La República española y la guerra civil, de Gabriel Jackson, La Iglesia católica en España, 1875-2002, de Callahan.

jueves, 1 de marzo de 2018

París bien vale una misa

Durante la segunda mitad del siglo XVI, Francia sufrió un conflicto conocido como las Guerras de religión. Se trató de una serie de ocho enfrentamientos por el trono del país entre los protestantes (conocidos como hugonotes y apoyados por Inglaterra) y los católicos (apoyados por Felipe II de España). Después de multitud de batallas, acuerdos, traiciones y matanzas, Enrique III de Francia, de la casa Valois-Angulema, católico y sin descendencia (descrito como un rey sin carácter, y catalogado por algunos historiadores como -sic- "afeminado"), aceptó como su sucesor a su pariente lejano Enrique de Navarra, de la casa de Borbón y hugonote. Un tercer Enrique, de la casa Guisa, también católico y aspirante al trono, protestó ante la posibilidad de que un hugonote se alzase con el poder. Apoyado por España y la Liga Católica, Enrique de Guisa aglutinó a los católicos en torno a su figura, pero fue asesinado por Enrique III. En venganza por este magnicidio, los partidarios de Guisa asesinan al propio Enrique III, quedando el trono al fin en manos de Enrique de Navarra, con toda la Francia católica en contra. En ese momento, el nuevo rey abjura de su protestantismo pronunciando la famosa sentencia ("París bien vale una misa"), convirtiéndose al catolicismo por el qué dirán (al mismo tiempo promulgaría el edicto de Nantes, que facilitaba la libertad de conciencia y culto a sus partidarios hugonotes; una de cal y otra de arena, pues) y acabando con las Guerras de religión. 

El Real Madrid afronta el partido clave de la temporada en medio de una guerra civil que ríase usted de la francesa. Con los mejores hombres lesionados (Marcelo, Modric y Kroos, que se dice pronto), mientras ve cómo el rival suple la baja de su jugador estrella con un diabólico extremo argentino resentido con el club blanco. A cinco días para el partido, los aficionados ignoramos el planteamiento que nuestro entrenador tiene pensado. ¿Recurrirá al 4-4-2 con Lucas y Asensio en las alas? ¿Cómo habría de hacerlo si nuestra pareja de armadores de juego no parece estar en condiciones de llegar al encuentro? ¿Isco será castigado por su desplante en Cornellá? ¿Usaremos a la catapulta de Cardiff desde el comienzo de la batalla? ¿Tendrá Benzema su última oportunidad (me da la risa)? ¿El Bicho demostrará que se ha preparado para estos dos meses? ¿Habrá cambios antes del minuto 77 de partido? ¿La belleza griega de Rabiot nos destruirá, o será la velocidad de Mbappé? ¿Quizá la contundencia de Cavani junto a la electricidad vengativa de Di María? ¿Emery nos volverá a echar una mano? ¿Nacho dará la talla, nos salvará Ramos? ¿Qué portero de los dos cantará? 

No sé si Zidane nos sorprenderá con algo preparado. Desde luego, yo no me quejaría. París bien vale una misa.