jueves, 18 de agosto de 2016

Un grupo de amigos

"Soñé un mundo feliz, muy, muy lejos de aquí
y como no lo encontré, pues fui a buscarte con mi coche."


Uno de los debates más recurrentes en el mundo del deporte es el de meritocracia versus autogestión del talento. Cada equis tiempo (en realidad, tras cada fracaso o incumplimiento de las expectativas: ese desconsolado momento en que nos tentamos la ropa y clamamos al cielo en busca de un porqué simplificador), los aficionados abogan por dar un volantazo y cambiar completamente la manera en que se han estado haciendo las cosas. Nada más revolucionario que un hincha cabreado, un perenne gato de Schrödinger entre Capello y Del Bosque.

Con la selección española de baloncesto, este esquizofrénico modus operandi alcanza su máximo esplendor. Pese a que nuestros chicos se empeñan en ser tan predecibles como un capítulo de House (enfermo, diagnóstico simple que sale mal, empeoramiento, bromas sarcásticas y mucha droga, idea genial, curado), el guión de los campeonatos es inamovible: de la pedida de cabezas en pica de la primera fase a las lágrimas de emoción al final ("Yo siempre confié"). ¿Y cuál es el secreto de Gasol y cía? 

Hay que tener cuidado. El periodismo (el mal periodismo, deberíamos precisar) tiene una serie de clichés que siempre intenta meter en sus crónicas. El fin del mundo, el contexto de pobreza del delincuente, "faltan algunos flecos en la operación"... El mito del grupo de amigos que se juntan para ganar los trofeos es demasiado apetecible para el sensacionalismo. Una historia agradablemente emotiva: lo importante es el buen rollo. Que añade, además, un plus de pedagogía social (made in La Masía, por cierto). Precioso, pero mentira. Los nuestros ganan porque son muy buenos, primero, y porque están bien entrenados, en segundo lugar. Y luego sí, sobre la base de ese inmenso talento, el ambiente resulta fundamental, hasta el punto de que termina mereciendo la pena no traer a un Fran Vázquez de cuarto interior para evitar conflictos entre él y Pau. La complicidad y el bienestar han sido una pieza capital en la acumulación de metales por parte de esta generación, pero tengamos los pies en el suelo. Las partidas de la pocha están por detrás de los robos de Rudy, los arrastres de Llull, la magia del Chacho, los triples de Navarro, la frialdad en el tiro de Mirotic, los rebotes de Felipe o la totalidad de Gasol.

Ayer, España barrió de la pista a Francia en el mejor partido de la Roja en los JJOO hasta ahora. Si la línea a la que aludíamos antes continúa en ascendente progresión, podremos competir hasta el último cuarto con Estados Unidos (no aspiro a más, por desgracia). Sería la despedida a la altura que merece el mejor grupo que ha dado el baloncesto español. Una pandilla de amigos extraordinarios, sintagma cuya carga semántica no se entendería sin el sustantivo ni sin el adjetivo.