Al leer la historia de Perikorro, en los cuatro ratos que he tenido esta semana me he puesto a investigar acerca de la actividad del terrorismo en Madrid en el año 1991. Revisando algunos libros al respecto y la hemeroteca del diario El País, me encuentro con unas declaraciones de Kubati referentes a unos atentados con víctimas que se produjeron en la capital en el otoño de ese año. El etarra reconvenía a sus compinches acerca del error que, a su juicio, había supuesto colocar las tres bombas en lugares cercanos entre sí, permitiendo que hubiera cámaras que grabaran el sangriento espectáculo. "Si sólo se pone una, cuando llegan las cámaras normalmente ya han sido evacuadas las víctimas. Si se desean(*) poner más, que sean(*) en zonas distintas. Parece una tontería, pero hemos de fijarnos en esos detalles..."
Nunca he tenido dudas acerca de la necesidad de mostrar las imágenes, pese a la truculencia. Aquellas palabras ratifican mi posición. La confesión del indeseable ponía de manifiesto su preferencia por que las operaciones se mostraran "asépticas", sin mala publicidad; por una cobertura que se centrara en las implicaciones (contexto, causas, consecuencias, etc.) del acto, pero no en el acto. El terrorista pretendía que la prensa adoptara el mismo punto de vista que tiene él cuando comete el asesinato: ver en la víctima todo menos su condición humana. Frente a esto, centrarse fríamente en los hechos supone el mejor antídoto contra cualquier atisbo de propaganda inconsciente.
Sin embargo, al mismo tiempo que rebuscaba en los baúles del recuerdo, se produjo otro atentado en Bruselas. La naturaleza de estos terroristas es distinta a la del susceptible Kubati. Pertenecen a una organización que no sólo no tiene miedo a la difusión de imágenes, sino que han empleado el medio audiovisual como cruel forma de publicidad. Esta diferencia, ¿debería conllevar un tratamiento desigual de la noticia? ¿Hasta qué punto se "hace el juego" y se colabora, involuntariamente por supuesto, en el refocilo que les produce la constatación de su macabro deber cumplido y, lo que es más grave, en que subrayar su despreciable éxito anime a otros tantos a emularlo?
A pesar de esta última objeción, yo sigo coincidiendo con la máxima de tantos periodistas: "el mal no soporta el foco". La información siempre es beneficiosa frente al crimen. Pero admito argumentos en contra. ¿Qué os parece?
* La falta de concordancia fue literal.