1992. Un Real Madrid de entreguerras llega a la final de la Recopa de Europa frente al PAOK de Salónica. El equipo griego es el vigente campeón de esta competición, gracias a uno de los más bochornosos partidos que se haya visto en la historia del baloncesto FIBA. En Ginebra, una afición que ocupó más asientos de los que debía (incluyendo el palco de autoridades) y que incluso robó entradas a punta de arma blanca a los aficionados rivales del CAI Zaragoza, interrumpió el partido con lanzamiento de objetos, creando un ambiente insoportable que terminó por declinar la final al lado heleno. A una horda similar, en Nantes, tiene que enfrentarse el Real Madrid, entrenado por Clyfford Luyk. El PAOK, por su parte, está liderado en la pista por el fenomenal tirador Branislav Bane Prelevic.
Durante la primera parte el Madrid es dueño y señor del encuentro. Los Mark Simpson, Romay, Antúnez, Cargol, Llorente y Brown se despegan en el marcador (28-43). Pero tras el descanso todo cambia. El PAOK empieza a impedir los contraataques madridistas, y, guiado por el serbio Prelevic y por el gigantón Fasoulas, consigue reducir distancias. El ambiente se hace cada vez más irrespirable. Quedan 30 segundos y el Madrid gana de tres puntos (60-63), pero un triple desde Belgrado de Bane empata el partido a falta de 8 segundos. La táctica de Ivkovic es artera, hacen falta rápido para jugarse la última posesión, convencidos de la mano serbia que los puede llevar a la victoria. Además, en esa época está en vigor la ley del 1+1 en tiros libres, según la cual el que recibe la falta sólo tiene derecho a un segundo tiro si encesta el primero (posteriormente se cambiaría esta norma, porque se considera acertadamente que da más ventaja al infractor).
El madridista Mark Simpson se coloca en la línea, sudando. El partido está en sus manos. Se prepara, se levanta y... falla el tiro libre. A partir de ahí, todo sucede muy rápido. El rebote cae en las manos de Fassoulas, que mira rápido a quién pasar para aprovechar el contragolpe. En el banquillo madridista, Luyk agacha la cabeza apesadumbrado. Fasoulas pasa la bola... ¡mas de repente emergen los kilométricos brazos de Ricky Brown para cortar el pase! En una velocísima maniobra, sus manazas "peinan" la pelota y acaban atrapándola, y de inmediato se gira para lanzar a canasta en el último segundo. El balón entra mientras suena la bocina, y es imposible no emocionarse al contemplar la carrera del negro grandote, que tanto había tenido que soportar en alguna pista ACB ("negro, cabrón, recoge el algodón" le habían cantado), y su sonrisa de niño pequeño antes de abrazarse al resto celebrando que, tres años después, el Madrid volvía a ser campeón.