sábado, 21 de noviembre de 2015

Conmoción tras conmoción

Comunicado oficial:


El Bar de Trueba condena airadamente el desastroso suceso acontecido esta tarde en el Santiago Bernabéu y reclama la unión de los demócratas ante la barbarie.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Marcelo

Mucho se ha escrito acerca del infame papel del Madrid en el partido de Copa de Europa del pasado martes. No voy a negar que pasé un mal rato al ver cómo el PSG combinaba sin oposición y nos breaba con insultante suficiencia, hasta el punto de que sólo los palos y lo mal rematador que es Cavani nos permitieron seguir vivos. Fue una pésima noche, como digo. Pero, si algo me hizo temblar por encima de todo, fueron los lacrimosos ojillos de Marcelo cuando pedía el cambio. Porque Marcelo es ya mi jugador favorito, el de mayor potencial poético de este Real Madrid tan sobrio, albañilesco, de lápiz en la oreja y bocadillo de mortadela. Un jugador maravilloso. Literario.

Marcelo, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Mar-ce-lo. El lateral izquierdo emprende un viaje de diez zancadas banda arriba hasta apoyarse, en el tercer toque, en el borde del área. Mar-ce-lo.
Nabokov, Marcelo.

Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ése era todo su patrimonio.
Rafael Sabatini, Scaram(arcel)ouche.

Marcelo es pequeño, peludo, suave; tan blando en defensa que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y sube la banda, y acaricia los balones tibiamente con el interior, rozándolos apenas, los blancos, amarillos y gualdas... Los delanteros lo llaman dulcemente: "¿Marcelo?" y va allí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal... Come cuanto le doy (a veces se le nota mucho). Le gustan los regates, los centros mandarinas, las ruletas moscateles, todas de ámbar, los caños morados, con su cristalino toque de tacón... Es tierno y mimoso igual que un niño, pero fuerte y seco cuando va al suelo. Cuando cabalgamos con él, los domingos, hasta en los últimos estadios de la liga, los hombres del campo, vestidos y espaciosos, se quedan mirándolo, sin saber si aplaudir o cagarse en su puta madre.
Juan Ramón Jiménez, Marcelo y yo.