sábado, 17 de enero de 2015

El equipo del pueblo

Puedo perdonar el planteamiento rácano y la rudimentaria receta basada en la intensidad espartana y el aprovechamiento de los fallos del rival, sin miedo a atrincherarse cuando sea necesario. Algo que, por cierto, critiqué duramente cuando mi equipo lo hizo.

Puedo perdonar la dureza de algunos de sus jugadores. Tras una eliminación no es el mejor día para hablar, pues el adjetivo de "ventajista" será adjudicado irremisiblemente. Me guardo, pues, mi opinión de Raúl García hasta otra ocasión, para que no quede duda de mi objetividad.

Puedo perdonar el autoengaño en que se escudan muchos aficionados colchoneros (están viviendo un sueño, quién podría reprocharles nada) acerca de las diferencias presupuestarias. Argumento fácilmente desmontable en tanto que el Atlético no se sonroja a la hora de plantear similares partidos contra rivales muchos más modestos.

Puedo perdonar la picardía mal entendida, academia Cristóbal Soria, que incluye los síncopes variados y las dificultades psicomotrices de los recogepelotas cuando el electrónico es favorable. 

Puedo perdonar el carácter canchero de Simeone, brazos en alto arengando a la grada (sin importar a qué fondo se dirige), perenne discurso en el oído del sufridor cuarto árbitro y capacidad de enganche con cualquiera que pise el cable inadecuado.

Puedo perdonar muchas cosas, pero hay algo que me supera. Si el Barcelona acompañó su excelso juego, el mejor que yo he visto en un campo de fútbol, con una colección completa de manuales de pedagogía social, el Atleti ofrece un discurso aún más estomagante. No sólo ha aprovechado su inferior punto de partida en el ámbito económico para monopolizar la cultura del esfuerzo (cosa ya de por sí discutible; ¿acaso los apoyos al primer toque y el juego fluido no requieren de largas horas de ensayo, quién sabe si más que los repliegues y coberturas?), sino que ha elaborado todo un relato en el que la humildad y el pundonor que desprenden (?) son coartada suficiente para apoyarlos siempre y en todo lugar. No se trata de aprovechar la natural adhesión que el neutral suele regalar al más débil, sino de convertir cada derby en una suerte de conflicto moral entre dos formas de existir en el mundo, impostado teatrillo justificador en el que los papeles ya están repartidos (¡y en el que ni siquiera el Madrid puede contraatacar ofreciendo más talento y espectáculo a cambio de simpatía, tal es el poder beatífico del sudor!). Poco a poco van tejiendo una red de autoatribuida dignidad que les permite mantener la cabeza alta si pierden y elevarla mucho más si logran la proeza de acabar con el Mal.

Sabido es que los blancos suelen perder la batalla de la propaganda. Probablemente quejarse equivalga a predicar en el desierto. Sea como fuere, el Atlético también debería tener cuidado. Es posible que, empeñado como está, acabe terminando en cuajar como equipo del pueblo. Y en el país de los listos, de los corruptos reelegidos y de las Duquesas de Alba, el apoyo a la forma de jugar del Atleti quizá suponga una alegoría significativa, de implicaciones distintas a las que ellos esperaban.