jueves, 3 de marzo de 2011

Un tumor llamado José

   El desarrollo de los tumores presenta determinadas etapas. Todo comienza con una alteración en la cadena de ADN, que produce una división celular incontrolada. A continuación, el tejido crece en sus alrededores y la porción tumoral va ocupando un espacio mayor. Si llevamos a cabo un análisis de la cronología del proceso, podemos distinguir un punto de inflexión. Se trata del momento en que el tumor penetra en la membrana basal, la sustancia situada bajo las células. A partir de ahí, echémonos a temblar, porque no hay marcha atrás. El tumor ya es cáncer, y puede extenderse hasta los más recónditos lugares.

   Esa capacidad de acaparar todo lo que lo rodea es también una característica presente en José Mourinho. Como las células descontroladas aparecen en los distintos tejidos, Special One consigue inmiscuirse, ya sea de manera voluntaria o por el embrujo de su estela mediática, en todas y cada una de las circunstancias que tienen relación, más o menos directa, con el club en el que trabaja. Sus declaraciones no suelen dejar indiferente a nadie, y si bien es frecuente escuchar que forman parte de una estrategia, de un plan perfectamente estructurado que dejaría en pañales a los de Maquiavelo, la supuesta intencionalidad no disminuye un ápice el efecto corrosivo de las mismas.

   Cuando José Mourinho estaba en otros clubes, a mí me parecía gracioso. Me reía con sus salidas de tono, con sus guerras contra el mundo. La pose de rebelde sin causa y sus ataques de cabroncete sin remedio conformaban un peculiar personaje, al que resultaba curioso observar. No negaré que disfruté en más de una ocasión al ver la rabia que despertaba en determinados individuos que no me caían bien, como el inefable Sir Álex. Por no hablar de la irritación perenne que producía a los culés. Cuántas risas provocó el bueno de Mou cuando enfocaban las caras en la grada del Nou Camp, tras la enésima carrerita por la banda o el golito en el último minuto. Un estomatólogo se hubiese desmayado del susto, pues las úlceras podrían haberse contado por miles. En definitiva, Mourinho no era un ejemplo a seguir, pero sí un tipo cuyas andanzas eran divertidas para mí, especialmente su papel de azote del barcelonismo.

   Sin embargo, para mi aflicción, alguien se tomó demasiado a pecho la frase de “el enemigo de mi enemigo…”, y, sumado esto a su portentosa carrera como entrenador, la decisión de contratarlo se vendió como la fórmula mágica para devolver al Madrid a la élite del fútbol europeo, derrocando al Barcelona del trono. Y la célula (con buena cara al principio, como si toda su fama fuese infundada) fue colocada en el tejido. Como era de esperar, a pesar del papanatismo de muchos interesados que lo negaban, comenzó a dividirse, lentamente al principio, y de manera más prolífica después. No voy a enumerar cada una de las batallas que se han formado, porque al nivel que se producen actualmente el texto quedaría obsoleto en unos días, si no horas. Se trataron de minimizar los daños (“Es sincero, dice lo que piensa, estamos en el siglo XXI, a quién le importa ya el señorío, los barcelonistas tienen una obsesión con él…”). Yo mismo, probablemente buscando algo a lo que aferrarme al ver cómo el tumor se extendía hasta niveles insospechados en la toma de decisiones en la institución y en la imagen que ésta proyecta al exterior, intentaba convencerme de que tragar sapos era justificable, porque las mieles del éxito en Europa (no repetiré mi opinión sobre la liga) parecían ser poco menos que seguras con este tipo. Cada día que pasa tengo más dudas de que merezca la pena, ni aún ante esa suculenta perspectiva. Lo que realmente temo es que, a tenor de lo visto en estas últimas jornadas, cuando las excusas y el humo han crecido exponencialmente, la célula, a quien el tejido le importa poco o nada, si cree que con ello puede conseguir el más leve de sus objetivos, atraviese la membrana basal. Porque entonces no habrá marcha atrás.